"Quiero que hagas ocho fotos en las que una chica nórdica pasa por distintos lugares de Canarias. Bueno, además, tiene que ir acompañada siempre de un oso polar". Así es como una agencia de publicidad te pide que prepares las imágenes de la próxima campaña de Turismo de Canarias. Así es la fotografía publicitaria hoy. Todo es posible. No hay nada que no se pueda fotografiar. Hay que saber hacer fotos y mucho Photoshop. Pero, ojo, sobre todo hay que saber planificar.
Lograr la imagen fue una pequeña aventura. Fotografía: Carlos Spottorno.
El aparentemente omnipotente Photoshop es sólo la punta del iceberg cuando se trata de crear una ficción visual compleja. Cuando hablamos de imágenes de alta calidad, no hay Photoshop que pueda juntar dos piezas que no encajan. No hay magia que pueda remediar una producción mediocre. A todos los que se están planteando ser fotógrafos publicitarios o de moda: leed y pensároslo dos veces.
El oso polar es un animal indomesticable. Un poco como el tiburón, o la serpiente. Depredadores puros, con un cerebro como un guisante, que solo piensa en comer y en matar. Así que en todo el mundo hay sólo dos osos polares que están disponibles para hacer publicidad. Uno está en Vancouver y el otro cerca de Oxford. Ninguno de los dos está en un zoo ni en un circo. Pertenecen a personas que tienen como actividad, la gestión de todo tipo de animales, para fines audiovisuales. Una actividad rarísima y ultraespecializada.
Lo primero, la foto
La cosa funciona de la siguiente manera: primero hay que fotografiar a la chica, en el lugar correspondiente. En este caso, en varios lugares de Canarias: las playas de Fuerteventura, Timanfaya, o las plataneras de Tenerife. Al hacer esas fotos, hay que anotar todos los datos del disparo, como la distancia entre cámara y sujeto, el ángulo de tiro, la óptica utilizada, la velocidad, la sensibilidad, la profundidad de campo, la dirección de la luz, y el nivel de difusión de la luz. Hay que tener algo del tamaño de un oso polar que sirva para tener una referencia, para cuando incrustemos al oso, que vamos a fotografiar, varios días después en Oxford, en un plató.
Aunque parezca increíble los hay que se ganan la vida alquilando osos polares para hacerles fotos.
Así que ya tenemos la fotos básicas. Ahora estamos en una especie de granja en la que hay un plató equipado con unas rejas con huecos más grandes para meter una cámara, a través de las cuales vamos a fotografiar al oso. Antes de cada foto se ilumina el plató de manera que la luz coincida con la luz de las fotos de Canarias. El adiestrador del oso, utilizando unos palos, carne de cerdo y algunos gritos, consigue de cada vez, que el oso se ponga más o menos en las posiciones que necesitamos. No hace falta decir que antes siquiera de empezar el proceso en Canarias, se ha consultado qué es lo que el oso es capaz de hacer y lo que no. Lo cierto, es que, al ser tan salvaje, sólo es posible sentarle, levantarle y hacer que camine hacia una dirección determinada. Pero todo es con trozos de carne, que él olisquea y persigue.
Cada vez que hemos hecho la foto del oso que necesitábamos, cambiamos de posición las rejas, de modo que los huecos están exactamente a la altura que se necesita. Entre foto y foto hay cerca de una hora de preparación. El plató está pintado de verde, es un plató 'croma'. Sirve para que luego sea más sencillo hacer la máscara del oso y extraerlo del archivo bruto, para introducirlo en otro.
En Canarias todo tenía que estar planificado para luego 'pegar' la imagen del oso.
En el suelo se pone el mismo material que había en la situación original: arena, hojas o lo que hubiera. Se ha llevado desde Canarias, para que sea idéntico. Porque, por si todo esto fuera poco, no estamos haciendo sólo fotos. Toda esta producción se ha montado para rodar un spot, con lo que deben convivir una cámara de cine y una de fotos, pugnando por el ángulo perfecto. No hay situación compleja que no pueda convertirse en horriblemente compleja. El equipo de rodaje suma casi treinta personas. Nada puede fallar, porque todo esto es bastante caro y cualquier retraso tiene consecuencias nefastas para el presupuesto general. Este tipo de producciones son como hacer magia y malabarismos a la vez, sin red de seguridad. Si alguien falla, se cae el circo completo. Pero pase lo que pase, la función debe continuar. Siempre continúa.
Los creativos de la agencia madrileña DDB, José Gamo, Gustavo Montoro y Roberto Albares, están pendientes, en todo momento, de que tanto el realizador Julio del Álamo como el que escribe, le den vida a su campaña tal y como ellos la concibieron. Nosotros estamos pendientes, en principio, de que salga. Que salga bien, es ya para nota. Pero somos buenos estudiantes. Los productores rezan en silencio y cada vez que conseguimos rodar y fotografiar el siguiente plano, aprietan los puños con satisfacción.
Montar el puzzle
Después de casi diez días, ya tenemos todas la piezas. Ahora empieza la posproducción, que en realidad, en este tipo de proyectos, lleva más tiempo que la captura de imágenes.
Así que os cuento cómo va la cosa. Primero hay que seleccionar el disparo en el que el fondo esté en el punto perfecto de luz. El disparo en el que la chica esté con la mejor actitud. Si el cuerpo está bien, pero tiene un ojo medio cerrado, escogeré una foto solamente para la cara. Después, de entre todas las fotos del oso que se ha hecho para cada fondo, se escoge la que mejor se adapta a la situación.
Llega el momento de plantarse frente al ordenador y analizar las fotos con Lightroom.
Este proceso de selección responde tanto a un criterio técnico como plástico. Después se empieza a trabajar en Photoshop, donde se lleva a cabo el trabajo de composición propiamente dicho. Hay que recortar al oso con muchísima precisión. Cada pelo debe ser tenido en cuenta. Hay que corregir los reflejos verdes en el cuerpo blanco. Hay que colocar cada pieza en el lugar adecuado y tener especial cuidado en las zonas de contacto, es decir, ahí donde, por ejemplo, las zarpas del oso contactan con el agua o la arena.
Se fotografían salpicaduras sueltas para poder utilizarlas luego. Si ese punto falla, la imagen será inverosímil. Si las sombras no coinciden, la imagen será inverosímil. Si las piezas tiene tonos, contrastes, o texturas distintas, no será verosímil. Con este nivel de calidad, no es posible terminar más de una composición al día.
Los ajustes de color y contrastes son también importantísimos. Si se está trabajando en una serie de fotos, los criterios deben ser unitarios. Si una campaña es irregular en el sentido de que unas fotos son suaves y otras granulosas y contrastadas, no se identificará como campaña. Una vez más, la percepción global de los trabajos marca una línea que pocos aficionados podrán franquear. La flauta no puede sonar ocho veces seguidas por casualidad. Y desde luego, no puede sonar cumpliendo un calendario de infarto, si no es porque la sabes tocar.
Hoy por hoy el público no acepta el más mínimo fallo en este tipo de composiciones. No se trata de que te preguntes si realmente el oso estaba en la playa. Se trata de que te preguntes si estaba pasando calor, o si era peligroso tenerlo por ahí suelto.
Pura artesanía digital
El trabajo de postproducción, en fotografía publicitaria, es una parte fundamental en la inmensa mayoría de las campañas. Cuando alguien dice que todo se puede hacer o arreglar con el ordenador, a menudo no es consciente de lo que realmente significa utilizar un ordenador para crear una imagen. Lo cierto es que se trata de un trabajo artesanal. Un trabajo en el que se combinan profundos conocimientos fotográficos, habilidades pictóricas, meticulosidad de relojero y muchísima paciencia. Estas imágenes se hacen en altísima resolución. Con todas las capas activadas, hablamos de documentos que pueden pesar unos 800 megas. Hace falta un material informático y fotográfico de primera línea para producir una imagen que pueda ser ampliada a tamaños enormes sin delatar defectos de retoque ni imperfecciones que pasarían desapercibidas en un tamaño pequeño.
Otra de las fotos finales obtenidas tras realizar todo el proceso.
La conclusión a la que quiero llegar, es a una cierta reivindicación del trabajo de los fotógrafos, que algunos creen más fácil gracias a la informática. No sólo no es más fácil, sino que se hace cada vez más necesaria una formación de altísimo nivel para cumplir lo que el mercado exige. Y atención, no estoy hablando sólo de fotomontajes. La fotografía documental, que no contempla la alteración de las imágenes, sí que tiene la misma exigencia en cuanto a cualidad de composiciones, ajustes de color, contrates, revelado por zonas y, por supuesto, edición.
Vivimos en una época eminentemente visual, en la que algunos creen que pueden dar el pego en el océano de Flickr. Lo siento, la máquina que nos hace a todos fotógrafos aún no está en el mercado. Y aunque abundan las publicaciones y anunciantes que se conforman con imágenes pasables siempre que sean baratas, también existen otros que insisten en producir imágenes que destaquen y ayuden a darle valor añadido a su producto. La fotografía no sólo no ha muerto, sino que, de algún modo, vive un prodigioso renacimiento.
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