Enviado por Juanmari a través de Google Reader:
La primera vez que yo hice fotos a un desconocido, lo hice porque el desconocido llevaba turbante. Ocurrió en Marruecos. Novato, poco viajado y con una cámara recién comprada, pensé que el pintoresquismo del modelo es un valor añadido al retrato, que la foto de un tuareg es mejor que la foto de tu vecino. Luego me enseñaron que no, que eso es un error, que una mirada refinada nunca se distraería con los turbantes. Pero yo debo de ser miope porque en estos cinco años no he dejado de reincidir. En vez de renunciar a lo pintoresco me he regodeado en ello, como un turista sin imaginación.
Sí, lo reconozco. Cuando salgo a hacer fotos siempre busco arquetipos, señores o señoras recién salidos de una postal. En parte, porque soy un antiguo y me gustan las cosas de toda la vida. Pero también porque creo que aquí hay dónde rascar. Me interesa la tensión entre lo típico y lo sorprendente, entre lo que uno ya conoce y lo que uno no se espera. Estoy convencido de que todo proyecto fotográfico necesita una coherencia, y mi coherencia es la fidelidad al tópico. Haga lo que haga, siempre parto de ahí. Y después de cinco años refinando este planteamiento por fin lo voy a exponer. El Ayuntamiento de Leganés me ha cedido una sala en el Centro Julián Besteiro y a partir del jueves, a las ocho, todo el mundo podrá decir si ha tenido sentido esta búsqueda. La exposición se titula Tipos y retratos, y lo que viene a continuación es un ejemplo.
México es un país fascinante porque mezcla dos tradiciones: la que llegó de Europa y la que ya estaba allí antes de Colón. Los mexicanos llevan siglos tratando de aclararse entre una y otra, intentando decidir si son hechiceros o católicos, blancos o indios, burgueses o revolucionarios. Esa dualidad explosiva se percibe por todo el país, pero se sublima en el Zócalo, la plaza principal del DF. Aquí están, codo con codo, las ruinas aztecas y la catedral. Y aquí puedes hacerle fotos a chavales como éste, que van con su doble herencia cultural a cuestas. ¿Cómo describirlo, en términos de estereotipo? ¿Es un punki o es un indio? ¿Se puede ser las dos cosas a la vez? ¿Qué pensarían Sid Vicious o Cuauhtémoc si levantaran la cabeza y lo vieran?
A este señor me lo encontré en el metro de Berlín. Iba de vagón en vagón, con cara de Juana de Arco, intentando convencernos de que había un lugar para nosotros en el Reino de los Cielos. Le propuse posar porque me llamó la atención el contraste entre su pinta de fanático comunista y su pose de fraile iluminado, a cual más trasnochada. En la capital mundial del techno y de los ciclistas guapos no esperas encontrarte a tipejos así. Pero, al mismo tiempo, sabes que hace cien años sí los había, que este señor viene directamente del pasado. Una vez más fue el choque entre lo viejo y lo nuevo lo que me sedujo, lo que me hizo perseguirlo, acorralarlo y decirle oiga, por favor, déjeme hacerle una foto.
Los indios americanos que viven en las reservas Navajo están hechos polvo. Atraviesas el desierto en busca del espíritu de Bailando con lobos y te topas con la versión desilusionada de los tatuajes de Robert Mitchum en La noche del cazador. Esta gente ya no trata de escoger entre amor y odio, para ellos sólo cabe vivir a toda leche y largarse cuanto antes de su infierno bajo el sol; pobres, timados, borrachos y a merced de los escorpiones. La foto la hice en Arizona, delante de una gasolinera llena de advertencias contra el alcoholismo. El chico y sus amigos estaban apoyados en el coche viendo las nubes pasar. Me acerqué a ellos pensando que me arrancarían la cabellera, pero resultó que eran mucho menos previsibles, un derroche de simpatía, qué cosas.
A Vampiro Metálico lo conocí en el sitio más inesperado: la puerta de una iglesia. Quién lo iba a decir, ¿verdad? Estaba grabando un anuncio de caramelos, creo, rodeado de estilistas y eléctricos, bostezando y fuera de lugar. De él me atrajo su máscara. Los antifaces y los uniformes me llaman la atención porque te hacen invisible, porque erosionan tu individualidad y te convierten en un arquetipo. Vampiro Metálico estaba aburrido cuando yo llegué, así que le encantó colaborar. Le pedí que se separase de los focos y que posara delante del muro de piedra, aislado, sin contexto. Tengo algunas fotos más como ésta, soldados, nazarenos o bereberes a los que no se les ve la cara, y espero completar mi colección con el tiempo.
Me gusta imaginar que esta última foto está hecha delante de un espejo. Que el vagabundo de Buenos Aires se fotografió a si mismo con la cámara que había encontrado en la basura. No es así, claro: en realidad el que le dio al botón de la réflex fui yo, y él estaba frente a mí, posando. Pero aun así me hace gracia el componente irónico de la imagen. Siempre pienso en este vagabundo como una parodia del típico fotógrafo actual, obsesionado con la tecnología y los objetivos último modelo. Nosotros midiendo el píxel y él con su carrete de 24 exposiciones. Click (foto), raaaaaaaaak (avance). Click (foto), raaaaaaaaak (avance). La quinta vuelta de tuerca al modelo conocido, al tópico conocido. Sólo que esta vez ese modelo somos nosotros.
Si te han gustado las fotos de Rafael García, cosa de la que estamos completamente seguros, debes saber que su exposición puede visitarse en el centro Julián Besteiro, de Leganés (Madrid). Puedes visitarla desde el 25 de marzo al 27 de abril. Si quieres conocer mejor sus fotos y sus opiniones sobre la fotografía no dejes de visitar su blog personal.
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